LOS SUEÑOS DE JOHN EL INMENSO
O si no, se transforma en Bing Crosby y se echa a navegar con la nuca de Grace sobre su regazo ¡qué agradable sensación! mientras le canta esta preciosa canción al son de su acordeón.
La vida de este blog quisiera ser una sucesión de escenas donde únicamente los personajes del Café de Zhivago serían sus protagonistas. Bueno, salvo este señor del puro que nos ha comunicado que jamás sería protagonista en un Café, donde tienen el mal gusto de invitarle.
O si no, se transforma en Bing Crosby y se echa a navegar con la nuca de Grace sobre su regazo ¡qué agradable sensación! mientras le canta esta preciosa canción al son de su acordeón.
Nunca entendí por qué sigue habiendo gente a la que no le gusta el otoño y le deprime este entretiempo de reflexión y de cambio ¿Quizás porque nunca trataron de caminar un rato por entre esos árboles altos?
¡Y pensar que hace apenas tres meses que vi caer las primeras! Las que rozaron mi hombro quedándoseme después prendidas en bandolera.
Nada como el otoño cuando está en imponente sazón, nada como sus atardeceres o como el aroma de esos árboles cuando acercas la nariz a sus húmedos troncos, nada como el sonido de sus hojas cuando al pisarlas suenan como si te dolieran pero, sobre todo, nada como entrecerrabas tus ojos cuando le volvías la cara al viento, abrazándote sin bulla, con ese gesto de frío y esa coquetería tan tuya.
Y es que cuando el otoño se va y las hojas dejan de volar, durante todo este tiempo, sólo queda en los parques melancolía y a veces... Polvo en el viento. Gracias Kansas.
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- Aquella tarde, Lady O´Callaghan, yo sabía que ella aún permanecía en casa porque desde arriba me llegaba el inconfundible sonido de aquella cajita de música que le regalé. Era de la banda sonora de aquella famosa película de Claude Lelouch, y que se estuvo repitiendo en el salón durante algunos minutos, lo que nunca supe fue si como nostalgia o quizás por puro placer.
El piano de Lady O´Callaghan es el confesionario de todos los que por allí se acercan a contarle sus tristezas y ella les pone de penitencia un chupito de ron y media copa de ginebra.
El jefe de pista del circo se confiesa con su voz de timbre único pero silenciando siempre lo de distinguido público. Al jefe de pista lo dejó la trapecista una noche en que su portor, después de un doble mortal, le mostró sus señas de identidad. El jefe de pista no se recuperó de la cabriola y, desde entonces, se baña en sus lágrimas como si fuesen olas.
La marquesa de Culoplano nunca conoció varón, pero en sus noches de largo desierto siempre tiene un instante para jugarse su flor al póker abierto. Cinco cartas, cinco dedos en la mano, pero sólo uno le recordó aquel verano, cuando a punto estuvo de besar las estrellas en compañía de su primo hermano.
Pero Lady O´Callaghan sigue cantando y esperando que alguien la lleve a la luna o que, en otras palabras, la quieran con ternura, por mucho que su piano sea el confesionario de todos los que por allí se acercan a contarle sus tristezas y ella les ponga de penitencia un chupito de ron y media copa de ginebra.