martes, 16 de diciembre de 2008

TERCERA ESCENA
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LA INFIDELIDAD
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Era ya casi de noche cuando el director de pista de circo, con su melodioso timbre de voz, se acercaba hasta Lady O´Callaghan que tocaba su piano tranquila y relajada.

Entonces, como si fuera la cosa más natural del mundo, el director de pista se sentó a su lado y le habló de sus cuitas sin preámbulo alguno ni cosa que se le pareciese. Pero no de lo que le ocurrió aquella vez con la trapecista, que eso era ya de dominio público, sino de otra decepción aún mayor y desconocida, la que sufrió cuando era todo un brillante ejecutivo.

Lady O´Callaghan, mientras lo miraba comprensiva, intentó cambiar su melodía a otra más adecuada al tiempo que seguía escuchándole con respetuosa atención.

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- Aquella tarde, Lady O´Callaghan, yo sabía que ella aún permanecía en casa porque desde arriba me llegaba el inconfundible sonido de aquella cajita de música que le regalé. Era de la banda sonora de aquella famosa película de Claude Lelouch, y que se estuvo repitiendo en el salón durante algunos minutos, lo que nunca supe fue si como nostalgia o quizás por puro placer.

- Habíamos llegado pues al final con el sonido de sus tacones, el golpe de la puerta al cerrarse y el arranque del motor de su coche, seguido del crujido de los neumáticos sobre la gravilla del jardín de la entrada.

- ¿Mucho tiempo ya?

- Pasaron algunos años ya, Lady, algunos años... aunque no sé si muchos o pocos pero este sábado la he visto en televisión. Naturalmente me refiero a la película y no a María Antonia a la que no he vuelto a ver. Sin embargo sí me ha venido su recuerdo, me refiero evidentemente a la cajita de música, claro está, y no a María Antonia de la que no he sabido nada desde entonces.

- ¿Pero nada de nada? - le preguntó Lady mientras hacia una pausa con su cigarrillo y expelía con fuerza el humo hacia el techo.

- Yo le había comprado aquella cajita en un aeropuerto de regreso a casa. Era una cajita muy simple, sin ningún otro valor pero que me pareció una compra original. Además, aquella película siempre nos había gustado mucho a los dos, como también su música, claro.

- Bueno, pues nada más llegar y como ella no me esperaba, entré con sigilo y, dejando la cajita abierta sobre la mesa del salón, fui a esconderme tras la cortina. A la cuarta o quinta vez que la melodía sonó, María Antonia bajó toda sorprendida como preguntándose ¿qué es lo que pasa aquí? Pero fue verme y correr en seguida a abrazarme con aquella sonrisa tan suya.

- Fuera ya había cesado el viento, Lady O´Callaghan, lo suficiente como para, en el momento en que Antonia María me besaba con esa tierna dedicación, yo pudiera oír unos pasos cruzando diligentes sobre la gravilla del jardín de la entrada.

Entonces el director de pista, dando por terminado el relato, adoptó ese gesto de decepción que tan familiar le era. Lady O´Callaghan puso con amabilidad una mano sobre su hombro y, tras girarse de nuevo hacia el piano, pulsó las primeras notas de aquella celebérrima canción de Francis Lay.

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