sábado, 17 de enero de 2009

DÉCIMA ESCENA

MÁS DEL CAFÉ

Las gemelas Gutiérrez se han sentado en la mesa donde suelen hacerlo porque desde allí gozan de la mejor perspectiva que el Café de Zhivago les puede ofrecer. Enfrentadas a la puerta y equidistantes del piano y la barra pueden controlar casi todo lo que por allí se cuece y a veces con un simple golpe de pestaña.

Las gemelas Gutiérrez físicamente son tan iguales que sólo pueden distinguirse porque Edelmira, al tener su centro de gravedad más bajo, jamás derrapa cuando toma una curva, circunstancia que según se mire también puede ser una ventaja. Sin embargo, es Aurora, más esbelta, la que al girar con rapidez en la esquina del Café, se va siempre contra los alcorques por tener la posición de sus nalgas un poco más acorde.

- Por lo demás, incluso en el rizado de sus armonías más íntimas, son como dos gotas de agua – cuentan que se le escapó tal indiscreción a D. Tomasín una noche que disparataba envuelto en alcoholes.

Acaba de sentarse al piano Lady O´Callaghan e impresiona lo elegante que siempre resulta esta mujer vestida de negro y con su rubio cabello como caudaloso Niágara sobre sus hombros. Nada más verla, Edelmira pensó en acercarse pero en seguida se echó atrás al pulsar ella las primeras notas y cerrar sus ojos en un gesto de gran inspiración.

Edelmira tiene los ojos claros y un día, mirándome como si yo fuera un óleo idiota, me dijo que no podía dedicarme todo el tiempo que quisiera. ¡Cuando digo yo que lo de algunos cuadros se pega…!

Aurora es de otra manera, inteligente, amable y tan discreta que en seguida se nota la diferencia sin necesidad de convencer a su hermana para que tome otra curva. Me repito para decir que Aurora tiene la virtud de la discreción, esa de no exteriorizar lo que los demás solemos tan banalmente hacer. Yo siempre le he encontrado ese encanto.

- Oye Lady – había esperado la Marquesa de Culoplano a que Lady O´Callaghan terminara aquella primera ráfaga de canciones – como ya sabes mi padre me desheredó por aquello que te conté y que a él le pareció tan feo, sin embargo siempre me reservó un lugar en su palco del Liceo, ya ves. ¡Amaba tanto la ópera que no quería hacerla cómplice de mis confusiones!

- Lo que usted debería hacer, marquesa – le habló dándole una calada a su cigarrito mientras miraba el humo que acababa de expulsar – es enamorarse… pero enamorarse de un hombre, marquesa, o hasta de otra pianista que no piense tanto en ellos cuando se pone sentimental.

Y es que a la marquesa se le humedecieron los ojos y parte de su prenda más íntima una noche en que, estando en casa de Lady O´Callaghan, ella tocó su piano con tan infinita sensibilidad.


2 comentarios:

  1. No te vas a creer la coincidencia. ¿Sabes? Tengo una hermana gemela.
    Lady O´Callaghan se está convirtiendo en uno de mis personajes favoritos.

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  2. Pues sí que es coincidencia, Raquel. Además, a mí siempre me pareció este un mundo muy singular.

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