lunes, 19 de enero de 2009





UNDÉCIMA ESCENA

Cada vez me agrada más este local. Creo que fue una buena idea. Por la tarde es tranquilo con esa tamizada luz que se filtra por entre la imaginación de los que charlan, escriben o simplemente estrujan sus meninges para disparatar sobre lo primero que se les ocurre ¿o es que acaso no es eso lo que ahora intento hacer yo? Por la noche y aunque esa tranquilidad desaparece, resulta muy agradable observar la variopinta gente que allí se reúne, con su murmullo, con el alegre aroma de sus bebidas espiritosas y con esa irreconocible hermandad de ideas.

- Esta tarde me encuentro bastante a gusto, John, no comí demasiado y aprecio más que otros días el sabor de este buen café que con tanto tino me preparas.
- Gracias ¿sabe? tanto tiempo ya y nunca le pregunté por qué le llaman Zhivago.
- Sería largo de contar, John, aunque tiene bastante que ver con una afición que tuve de leer novelas y cuentos rusos entre aquellos gélidos fríos y acogedores samovares.
- Ya…

Entonces, John el Inmenso regresó a la barra y yo me quedé dudando sobre cómo titularía lo que iba a escribir. Y es que hay veces en que parto del título y me pongo a divagar, y otras sucede lo contrario, que una vez terminado el relato le busco un título que vaya en consonancia con lo escrito. Hoy ha sido diferente pues teniéndolo ya bastante empezado, lo he titulado…


RECUERDO QUE FUE EN INVIERNO.

Aunque aquel invierno fue bastante crudo, a mí me agradaba más que otra cosa salir a la calle contigo y ponerte la mano por el hombro aunque se me helara de frío. Luego, después de un mediano paseo ¿recuerdas? entrábamos en el “Café Comercial” donde ocupábamos la mesa de la ventana y desde donde veíamos a la gente pasar y colarse deprisa en la boca del Metro. Eran otros tiempos ¿verdad?

- Sí, yo no sé por qué, pero siempre son otros tiempos… - me dije mirando por la ventana como si corroborara lo escrito.

Hace apenas unos meses pasé por allí y el local aún permanece con su acogedora paz y ese excelente olor a café. En los veladores, algunos leían el periódico pasando las hojas después de darle un buen chupetón al pulgar aunque esa vez no hiciera ni falta, pero era el ritual.




Aunque no la reconocí, la mesa debía ser la misma y lo primero que me vino a la mente fue imaginar, con lo que allí habíamos largado los dos encima de sus orejas, si acaso no se le habría ocurrido irse alguna vez de la lengua por muy discreta que entonces fueran las mesas. Quién sabe si estuvo con los oídos prestos la tarde aquella en que te dije, de lado a lado y mirándote a los ojos, que cada vez me gustaba más follar contigo - no sé si borrar este verbo porque quién sabe si un día hay gente que lee esto y le desagrada la palabra – Y es que hay mucha gente que sigue prefiriendo esa frase almibarada que tanto a mí me parece traducida de los mismos franceses.

Bueno, no sabes cómo vuelven mis recuerdos cuando entro en nuestra habitación. Tú tan morena bajo aquel edredón tan blanco y vestida sólo con aquel perfume, porque para eso teníamos abajo una perfumería donde comprabas unas gotas cada día y luego yo te las ponía. El barrio ha cambiado bastante ¿sabes? muchos de sus comercios ya ni existen, menos como te he dicho la perfumería, la que tenía aquella letra del revés, la de abajo mismo, que sigue vendiendo tu perfume francés, el de la Casa Chanel, el del número cinco.

3 comentarios:

  1. Leyéndote he recordado aquella canción...In My Live.
    Hay lugares que recordaré toda mi vida,aunque algunos han cambiado. Algunos para siempre...algunos se han ido y otros aun existen...

    Zhivago, me ha gustado.

    Un saludo.

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  2. Esta escena sabe a nostalgia, y a café :)
    Muy bien escrita, muy bien ambientada. Me gusta ese toque bohemio que tienen tus personajes.
    Saludos.

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  3. Me gusta que os agrade, gracias a las dos por vuestros comentarios. Respecto a los recuerdos de determinados lugares siempre son agradables si son buscados ¿no os parece?

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