martes, 13 de enero de 2009

SÉPTIMA ESCENA
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UNA TARDE ESCRIBIENDO
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- Nunca me siento más a gusto escribiendo que en las tardes de invierno cuando la lluvia chorrea sobre los edificios y parques de la ciudad. Entonces, si la escuchas con atención parece como si quisiera darte un poco de conversación. Claro que eso es solamente lo que a mí algunas veces me ocurre.
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Y mientras todas estas cosas pensaba, el Búho entrelazó sus manos, miró hacia el exterior del Café, crujieron sus nudillos y a continuación se puso a escribir con profusión como si alguien le fuera dictando a discreción.

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- Sería poco más de las seis cuando nada más oírse unos truenos que se acercaban, comenzó a llover con fuerza, yo creo que hasta con mala leche. Fue en el momento en que Macadamia cruzaba despaciosa por el parque con esa forma tan peculiar que tiene ella al andar. Bajo el amplio paraguas y embutida en su elegante gabardina negra, caminaba con la parsimonia de quien pasea en una soleada tarde de mayo.

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Entró en el Café, se sentó junto a la cristalera y nada más sacar un cuadernillo del bolso se puso a releer las notas que había ido tomando. La pobre ya tenía esa esclava afición. Y es que apreciaba tanto la forma de escribir y el modo en que algunos autores se expresan que, sin darse mucha cuenta, pasito a paso se había ido metiendo en ese fascinante mundo de la literatura aunque…
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- De ninguna manera – decía sonriendo pero con evidente respeto a quien se lo había advertido – eso ya son palabras mayores..
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- Macadamia tiene los ojos negros, y en las distancias cortas le brillan tan quietos que parece que te mires en ellos como en dos espejos gemelos. Macadamia tiene nalgas de manzana que cuando al caminar las mueve, las olas se le van detrás para ver lo que aprenden. A Macadamia, cuando escribe, le gustaría transmitir lo mismo que ella siente cuando lee las páginas de ese autor que le es tan sugerente. Alguien me confió que Macadamia está enamorada.
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- ¿Sabes? se ha enamorado despacio, con lentitud y profundidad, y de dentro hacia afuera porque las prisas no son consejeras buenas.
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- Macadamia guarda su amor en secreto con tanto celo que ni siquiera el culpable ha podido saberlo. En una noche de lujuria y sentimiento, por entre las gafas que tan provocativas siempre lleva y mirándola tan de cerca… ¡me hubiera gustado tanto ver cómo se transparentan sus ojos!
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- Me agrada que Macadamia esté enamorada porque así le deja la puerta abierta a ese halo de mi esperanza. Esta noche quisiera escribirle algo pero no me atrevo, no quisiera estropear lo que siempre he sentido por ella. Con mi pensamiento revolcándose entre las miradas que dirige hacia donde no estoy yo me es más difícil cada vez olvidarla, pero como además no me apetece…
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- Macadamia guarda un beso para estampar y una caricia perdida en su pajar. A Macadamia le riela el alma la luna las veces en que puedo mirarla con ternura.
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Y terminado su escrito, el Búho respiró, apartó su lapicero, encendió un cigarrito y mirando por el ventanal se dio cuenta de que ya había oscurecido. Faltaba toda la noche todavía para que aún rayara el sol.

1 comentario:

  1. Zhivago, es una lástima que estas historias no continúen. Estoy casi segura que todos los personajes de este maravilloso café, están deseando volver a escena. Me encantaría saber algo más de ellos.

    Un saludo.

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