CINE ZHIVAGO
A D. Tomasín, alto funcionario del Catastro como ya saben, días atrás se le ocurrió la brillante idea de proponer que en el Café de Zhivago se echara de vez en cuando alguna que otra película pues, como tenía tan buenos contactos, resultaría muy fácil. Así que, puestas las cosas como se las pusieron a aquel rey felón que encima llamaron El Deseado, todos asintieron y una tarde de otoño se dieron cita para la primera proyección.
Eran poco más de las cuatro de la tarde y en el Café de Zhivago se respiraba una expectación similar a la que se palpaba en aquellos cines de barrio de hace ya algunos años cuando llegaba el domingo. De pronto se levantó D. Tomasín y dando la espalda a la improvisada pantalla, se puso frente a los asistentes y comenzó a hablar.
- Buenas tardes y gracias a todos por acudir a la cita. Voy a ser muy breve – dijo mientras tiraba de sus pantalones hacia arriba en un gesto como de dominar la situación - Como ya sabéis la película elegida ha sido “Casablanca” y lo fue por dos convincentes razones, porque ha sido decisión de la mayoría y quizás también porque, como el día de la reunión os dije, era la que ya tenía apalabrada.
Risas y murmullos.
- ¿Pero qué os puedo decir de Casablanca que no hayáis escuchado ya? Bien, a veces es mejor apreciar que comentar, sin embargo sólo quisiera decir algo sobre una escena que siempre me agradó, la de la estación. El tren a punto de partir hacia Marsella, los alemanes a las puertas de París, el nerviosismo, el bullicio, la lluvia y el desencanto por la tardanza de Ilsa que al final no llegó, tiene todos los componentes que del romanticismo puede esperarse, incluso el de una posterior continuación, que luego no cuajaría, allá en la Francia no ocupada.
- Para terminar me gustaría recordar algunas frases dignas de remarcar, por ejemplo, cuando Ilsa le preguntó a Rick si recordaba donde se habían visto por última vez. Rick le contestó que en La Belle Aurore. Claro, era el día en que los alemanes tomaban París, dijo ella. Un día así no puede olvidarse – le contestó él – los alemanes iban de gris y tú vestida de azul. O estas otras. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos – exclamó ella – Sí, es un mal momento, la verdad – contestó él.
- Bueno… pues ya nada más. Corran las cortinas, por favor, porque esto va a comenzar. Cuando quieras - y D. Tomasín se fue a tomar asiento.
Pero parapetado tras la barra, desde donde había seguido toda la película, John el Inmenso, renegaba de aquel absurdo final, porque él nunca hubiera hecho suya esa frase de "Siempre nos quedará París" sino "Siempre nos quedará Lisboa".
Y dicho esto, le dio una calada a su cigarrillo, estiró las mandíbulas como Rick solía hacerlo y, tras echarse un trago de Whisky al coleto, se quedó pensando si a él le quedaría igual de bien el sombrero y la gabardina bajo aquella espesa niebla.
¡Bienvenido a este mundo de bloggers, Zhivago! ¡Lo que se me escape a mí!
ResponderEliminarUn beso para tí y para tu amigo el Búho.
Qué casualidad, hablaba de esta película con mi hermana ayer. De su guión improvisado sobre la marcha. Vi Casablanca por primera vez hace un par de años y recuerdo que pensé que no era para tanto. Pero luego con el tiempo, reposada y asimilada la cinta, su ambiente fue conquistándome. Creo que hay películas que traspasan y llegan de forma especial, y ésta es una de ellas.
ResponderEliminarGracias, Malena, otro beso para ti.
ResponderEliminarEfectivamente, Raquel, el mundo está lleno de casualidades. Respecto a la película, lo que ocurre, al menos para mí, es que hay ciertas cosas del pasado, de lo antiguo, que tienen su seducción. El blanco y negro, los ambientes tan bien tratados, ese tipo de música, etc...